¿Existen fuerzas suficientes en Europa para modificar el marco economico y monetario de la Eurozona?
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La paradoja del panorama europeo es que mientras la izquierda se dice más europeísta que nadie, tiene menos presencia y menos coherencia supranacional que la derecha. La respuesta más precisa y escueta a la pregunta del encabezado podría limitarse a un rotundo monosílabo: NO. Pero sería también una tosca manera de abortar a la primera de cambio esta loable iniciativa del Foro de Debate Económico de la Fundación 1º de Mayo de CC.OO., cuyos promotores son los que acertadamente han formulado la cuestión. Porque o se produce un cambio sustancial o la orientación política actualmente predominante en la Unión Europea y los intereses por ella representados va camino de dinamitar la Unión Monetaria, desvanecer el anhelo de Unión Económica y finalmente hacer del proyecto europeo una especie de “utopía frustrada”; ya que en lugar de culminar el mayor espacio común de libertad, progreso y equidad, regido con la democracia más avanzada del mundo, se quedaría en un vasto mercado regulado con una ley fundamental: la del más fuerte; y una sola posición a adoptar: la que le permita a cada cual el ordinal que haya sido capaz de alcanzar en ese mercado Las condiciones de convergencia monetaria consagradas en el Tratado de Maastricht (déficit público máximo del 3% del PIB, deuda limitada al 60% y un Banco Central sin otra función que la observancia de la inflación para que no sobrepase el 2% anual en la zona euro) son las que cuadran con economías cuya renta potencial es más elevada que su renta de equilibrio; es decir que satisfacen su demanda interna (contenida en los últimos 15 años) sin tensiones inflacionistas y manteniéndose en su tasa natural de paro (NAIRU) sin agotar ni mucho menos su potencial productivo; lo que les induce a ser exportadores netos; producen más de lo que consumen y logran abultados superávits en su balanzas por cuenta corriente. Para que la nueva divisa europea hubiese sido de verdad el corolario monetario de la economía real de todo el área, se habría requerido una mayor articulación económica entre todas las economías que la integran y para eso era imprescindible comprometer objetivos de Unión Económica tan precisos como los de convergencia monetaria e instrumentos para lograrlos; el primordial entre estos habría sido un auténtico Presupuesto comunitario tendente a superar los desequilibrios estructurales de partida. Pero claro, eso comportaba asumir una perspectiva cierta de reequilibrio también en las balanzas comerciales y que entre las funciones del Banco Central Europeo estuviesen en primer término coadyuvar al crecimiento, el empleo y la equidad interna en la zona euro, como por otra parte tienen asignadas los Bancos Centrales del resto del mundo. En coherencia con ese planteamiento de Unión Económica y Monetaria, la Confederación Europea de Sindicatos llegó a proponer que el Presupuesto comunitario equivaliese al 3% del PIB regional, un estatuto del BCE más homologable con los de la Reserva Federal de EE.UU. o los del Banco de Inglaterra o el del Japón, así como incluir el empleo entre los objetivos de convergencia ( en 1.997 la CES convocó una gran concentración europea en Luxemburgo coincidiendo con una Cumbre del Consejo Europeo, precisamente con esta propuesta para una política de empleo compartida). Pero con un Presupuesto que no alcanza el 1% del PIB (con tendencia a la baja en las negociaciones en curso para el nuevo período presupuestario 2.014-2.020) es materialmente imposible impulsar las nuevas e imprescindibles políticas comunes que deberían haberse acometido y que siguen sin trazarse, desde la comercial hasta la socio-laboral, pasando por las tecnológicas y energéticas, que a su vez serían el más sólido basamento del euro y le reforzaría para competir con el dólar en los mercados mundiales como divisa reserva y de referencia. El sucedáneo fueron los Fondos de Cohesión, presentados como un gran logro por el entonces presidente del gobierno español Felipe González pero que realmente representaba consagrar el desequilibrio anteriormente descrito. Con el celebrado fondo han podido construirse autovías y algunas otras infraestructuras o equipamientos sociales que no han venido mal. Aunque, por ejemplo, para la modernización de nuestras redes viarias o la ferroviaria con las líneas de AVE (excesiva y sobre todo desajustada en tiempo y lugares para aprovechar mejor las potencialidades de nuestro país), España ha seguido dependiendo de bienes de equipo y tecnologías de los países centrales, abundando en los déficits estructurales de nuestra economía. En pocas palabras, la mayor parte de los fondos de cohesión han terminado revirtiendo a la economía alemana por distintas vías, en ganancias de cuota de mercado, saldos netos de su balanza exterior y también en forma de empleos industriales, justamente los que aquí más seguimos necesitando. Aunque si hemos recibido la inestimable ayuda de la banca alemana para cebar la burbuja inmobiliaria, determinante de la abultada deuda privada contraída por entidades financieras españolas y particulares que ha agravado la crisis en nuestro país y generado un abultado déficit público, que lejos de ser causante de aquélla ha sido su consecuencia. Ahora la rígida negativa del gobierno derechista de Ángela Merkel a cualquier forma de mutualización de la deuda y a que el Banco Central Europeo pueda comprarla para mitigar los ataques especulativos en ese mercado, obedece fundamentalmente a los intereses de los principales bancos alemanes que tienen en sus carteras deuda española, griega o irlandesa, anteponiendo las garantías de cobro de hasta el último euro, con la imposición de draconianos recortes, a la superación de la crisis en los países más afectados. Llegados a este punto, la primera condición para reagrupar al “europeismo” es precisamente redefinir con la mayor claridad y precisión los posibles ingredientes de la Europa que queremos y sus objetivos. Por ejemplo ya no basta con repetir el catálogo de los enunciados sin debatir ni concretar hasta el detalle cada uno de ellos: “más Europa”, Unión Política, Unión fiscal, etc. son aspiraciones que también proclama por ejemplo la señora Merkel pero que traduce en la práctica en renacionalización de las magras políticas europeas, en mayor subordinación del resto de países miembro a los dictados de los países centrales, una política fiscal restrictiva en gasto público, pero sin armonización de la fiscalidad sobre el capital o supervisión presupuestaria ejecutiva sobre cada país pero sin presupuesto común sustancial que co -decidir en su confección ni en sus asignaciones. En definitiva, si “más Europa” representa para la ciudadanía más sacrificios, menor justicia distributiva y retrocesos democráticos y sociales, no ya en el concierto europeo sino incluso en el seno de cada país y por mandato de ajenos a la voluntad popular de cada uno de ellos, a parte de indeseable a los ojos de cualquier persona sería suicida corresponsabilizarse en tamaño fraude. Por el contrario se pude y es deseable estimular la superación de las llamadas soberanías nacionales no por la merma de la mayoría de éstas para subordinarlas a un selectivo núcleo de ellas, sino por comprometerse participar de una más grande y colectiva de ciudadanos europeos reconocidos mutuamente como iguales en derechos y con iguales cauces para ejercerlos de manera efectiva en el espacio europeo; o si para que la Unión Política tenga sustantividad se trenzan más políticas supranacionales que compartir y sobre las que pueda gobernarse comunitariamente, entre ellas la política fiscal en todos sus extremos, de ingresos y gastos. Seguramente la tarea más ardua no está en rearmar el discurso europeísta sino en reconstruir el entramado político y social que lo canalice con credibilidad y voluntad política de defenderlo en todo el espacio europeo y no limitarse a su instrumentalización para las respectivas batallas electorales domésticas. Porque otra paradoja del panorama europeo es que mientras la izquierda se dice más europeísta que nadie, tiene menos presencia y menos coherencia supranacional que la derecha. La influencia del Partido Popular europeo en los asuntos comunitarios, no solo desde tiempos recientes tras haber ganado la mayoría de los gobiernos nacionales y ostentarla en el Parlamento europeo sino que también lograron un peso relativamente mayor a su implantación electoral cuando la correlación de fuerzas estaba bastante más equilibrada, ha sido y es hoy en día aún más visible que la del Partido Socialista Europeo que no se caracteriza precisamente por haber logrado armonizar las posiciones de los partidos socialistas nacionales no ya en las líneas estratégicas para el futuro de la Unión, ni tan siquiera han convenido una posición común frente a retos tan acuciantes como la crisis de la deuda en la eurozona. Y para colmo de esa imagen incongruente quedará el chusco ejemplo dado por el presidente Rodríguez Zapatero cuando en plena campaña de las últimas elecciones para el parlamento europeo se descolgó por su cuenta y riesgo anunciando que los socialistas españoles votarían a Durao Barroso para que continuara presidiendo la Comisión. Todo un desaire para de los socialistas europeos unidos en torno a la candidatura de un socialista danés y un desconcertante mensaje a los electores españoles que le respondieron con la más elevada abstención registrada en una elecciones europeas y una clara derrota a favor del PP. Y sin embargo ese, el ámbito europeo es el principal terreno donde se juegan al unísono los futuros de cada nación y del conjunto de Europa. La derecha lo ha entendido tan bien que su empeño por limitar al mínimo los estados nacionales es coherente con su raquítico proyecto europeo, ya que en ambos estadios quieren que sea el mercado quien asigne recursos y coloque a cada cual en el lugar que su fortaleza económica le permita estar, porque para ella la desigualdad no es más que un efecto colateral de una economía eficiente. Por el contrario, quienes creemos que la equidad es condición necesaria de la eficiencia y que es el equilibrio entre democracia y mercado la base del progreso más sostenible y de la convivencia social más estable, estamos emplazados a construir ese nuevo equilibrio en el ámbito en el que ya, desde hace bastante tiempo viene operando el mercado mientras la democracia ha ido replegándose. Para ello será necesario recuperar la coherencia de la izquierda con aquél viejo método de análisis que partiendo de lo general cristalizaba en lo particular y que su arrinconamiento en aras de un rampante pragmatismo para disputar alternancias locales ha llevado a la izquierda a no estar siendo alternativa ni a que se le espere para alternarse con la derecha en un plazo de tiempo previsible. Pero las responsabilidades tanto en lo sucedido hasta ahora como y sobre todo en la reorganización de una correlación de fuerzas más favorable para impulsar los cambios a los que nos convoca el Foro de Debate Económico no se agotan en la socialdemocracia europea. Esta es esencial e ineludible en todo proyecto de futuro pero no puede liderarlo dados sus antecedentes. Los movimientos sociales cada vez más diversos y pujantes son al mismo tiempo la expresión del fiasco de los partidos y organizaciones convencionales de la izquierda y de la necesidad de su renovación para revitalizar la democracia, ya que las inquietudes y anhelos que les motivan sólo pueden ir realizándose en el acompasamiento entre democracia representativa y democracia participativa, de cuya escisión no ha surgido a lo largo de la historia más que autoritarismo o populismo, que acaban coincidiendo en tener como enemigo a batir la democracia misma. Tal vez tenga el movimiento sindical europeo que jugar un papel catalizador en la necesaria confluencia entre política y sociedad para promover los cambios. Aunque aquejado también de influjos nacionalistas que fragilizan su cohesión interna y su capacidad para vertebrar la solidaridad entre los trabajadores europeos, no deja de ser la fuerza más implantada, representativa y coherente en la defensa del proyecto europeo. Antonio Gutiérrez Vegara
Economista. Ex-secretario General de CCOO (1987- 1998) y ex diputado PSOE (2004-2011). |