Excepcionalidad política y neoliberalismo
Sottotitolo:
El llamado impeachment de la presidenta Dilma Rouseff significa la alteración de los resultados derivados de la elección por sufragio universal, mirando à crear una situación de excepción permanente en un cuadro politico de tipo neoautoritario y antisocial. Desde el inicio de la crisis del euro en el 2010, en Europa se han elaborado y aplicado una serie de políticas llamadas de “austeridad” coordinadas y dirigidas por un conglomerado de instituciones políticas y financieras que se sitúan fuera de la arquitectura estable y orgánica de la Unión Europea: la Troika. El principal efecto y el objetivo central de estas políticas de austeridad ha sido el de desmantelar las garantías estatales y colectivas del derecho del trabajo y reconfigurar en clave meramente asistencialista las estructuras de la Seguridad Social, impedir las inversiones y el gasto social de los servicios públicos de la enseñanza y la sanidad, entorpecer la actuación del Estado mediante la reducción de los efectivos de los empleados públicos y de sus salarios. Pero lo más significativo - y quizá en lo que menos se ha reparado - es que han conseguido imponer una situación de excepción que justifica la emanación de normas de urgencia sobre la base de la excepcionalidad económica que deroga elementos esenciales de los derechos democráticos reconocidos con carácter fundamental en las respectivas constituciones nacionales y en una serie de Tratados internacionales sobre derechos humanos que vinculan a los Estados miembros, y hace ineficaz la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Si se pudiera sintetizar, cabría decir que el modo de actuar de las fuerzas del privilegio económico en esta crisis ha sido el de degradar los mecanismos democráticos y su anclaje social mediante el empleo de una situación de excepción permanente que los vacía de contenido y anula su eficacia a la vez que los sustituye por elementos de tipo autoritario y antisocial que se quieren estabilizar como el nuevo cuadro de referencia político. La situación de excepción impide que funcionen los mecanismos garantistas de la democracia y fuerza de esta manera una transición a un modelo neoautoritario de relaciones laborales que se quiere afianzar de forma permanente, comprometiendo en este nuevo horizonte de sentido a las grandes fuerzas políticas europeas, de centro derecha y centro izquierda, que impulsan y aseguran la llamada gobernanza económica europea. Este modus operandi es el que se está produciendo en Brasil, de una forma más tosca y descarada. La teorización de la situación desde la afirmación de que se ha creado un verdadero estado de excepción ya la ha realizado lúcida y fundadamente Tarso Genro en un artículo – “Do direito e da exceçâo dentro do ajuste” – publicado en el número 1 de la Revista de Derecho Social Latinoamérica. El llamado impeachment de la presidenta Dilma Rouseff significa simplemente la alteración de los resultados derivados de la elección por sufragio universal de esta persona, rehusando por la fuerza los resultados de esta elección. Dilma Rouseff, por tanto, no debería haber vencido las elecciones. Los brasileños deberían haber elegido al candidato que lideraba la coalición de centro-derecha. Este era el designio del poder económico-financiero en Brasil, que se correspondía con la necesidad de dar un giro político definitivo en todo el continente sudamericano, y en especial en los dos grandes actores económicos y políticos de la zona, Argentina y Brasil. Pero Brasil es en si mismo un continente y su peso específico en materia económica y en el contexto internacional, algo decisivo. Sucede además que el modelo de desarrollo económico y social que éste país había ido construyendo en los dos períodos de presidencia de Lula (2002-2010) y en el primer cuatrienio de Dilma (2010-2014), estaba posiblemente agotado, y la capacidad del PT de generar un nuevo diseño de las políticas de reforma y de transformación social, se encontraba paralizada entre la división interna en este Partido entre sus sectores social-liberales y los que por el contrario mantenían, de manera más inteligente, la necesidad de dar un salto en la estrategia de reforma. Este es el momento de la excepcionalidad política que permitiría la recuperación del poder político y la implantación de un diseño económico y social sometido a las decisiones directas de los mercados financieros que pudiera poner en práctica una transición a un esquema neoautoritario y liberal de forma decidida. En esa situación por tanto, se subvierten los fundamentos democráticos y se “liberan” los aparatos estatales que pueden comprometer más directamente la libertad personal y la imagen pública sin pasar por la lucha política: la judicatura y la policía. A partir de un plan minuciosamente ejecutado, el elemento central de la acusación que permitiera la reversión del resultado democrático era la denuncia de la corrupción del PT – que había ya tenido importantes precedentes en años anteriores, estando Lula de presidente - , la complicidad con la misma de la presidencia de la república y, de manera muy especial, la implicación del ex presidente Lula en la misma, cuestión fundamental puesto que es conocido que la popularidad de éste y su capacidad de liderazgo impediría, si se presentara como es seguro en las próximas elecciones, la victoria de un nuevo candidato conservador. De tal manera que, a través de las investigaciones sobre los vínculos entre la gran compañía estatal de combustible, Petrobrás, y una serie de dirigentes del PT en una amplia operación de lavado de dinero, surge la acusación explícita a Lula de que posee un ático espectacular en Sao Paulo, como fruto ilícito de cohechos y sobornos de la compañía. El diseño mediático-policial, es acompañado por las fuerzas políticas de la oposición, pero no lo protagonizan, apareciendo correctamente como comparsas de una operación de la que pueden beneficiarse, pero sólo cumpliendo el rol de legitimar a posteriori el golpe blanco que organiza y dirige el complejo económico-financiero brasileño. La inestabilidad política que normalmente se analiza como un elemento negativo para la economía no parece importar ahora, cuando la inestabilidad proviene de una amplia operación de desestabilización democrática. Pero el inicio del procedimiento de destitución de la Presidenta dio inicio en una tumultuosa sesión del Parlamento el 17 de abril que ha sido muy comentada por la prensa internacional y que, por las características específicas con arreglo a las cuales se desarrolló, ha ofrecido serias dudas sobre su propia validez y viabilidad en términos democráticos. Visto desde el exterior, esa sesión parlamentaria resultó un baldón democrático para un Estado como el brasileño, que ha gozado de una autoridad moral innegable en la construcción de las estructuras democráticas que le rigen. El juego no ha terminado. La situación de excepción está en marcha y va avanzando conforme a un plan bien establecido. Está claro es que el diseño desestabilizador es eficaz y está generando un clima de enfrentamiento civil extremadamente fuerte, que sin embargo no se conoce en su complejidad ni se explica por los medios de comunicación de cobertura global, ni particularmente por los medios españoles, siempre proclives a reproducir la visión de sus colegas brasileños, y por tanto a alimentar el proyecto político que quiere deslegitimar y revertir el resultado electoral que llevó a la presidencia de la República a Dilma Rouseff. Es cierto que Brasil no es Honduras – recordemos el golpe que desalojó al presidente Zelaya del poder y lo sustituyó por gobiernos títeres que han procedido a la vulneración sistemática de los derechos humanos en aquel país – pero el diseño de golpe blanco – la destitución de la Presidenta, su sustitución por otra autoridad del Estado y la tutela militar y policial de esta reversión democrática – es muy semejante. Antonio Baylos
Catedrático de Derecho del trabajo. Universidad de Castilla-la Mancha |