El “malestar” de la democracia.
Sottotitolo:
Las élites europeas, bajo el comando de los maestros de las finanzas internacionales administrados sabiamente por Mario Draghi, están calentando los motores que llevarán al desastre del proyecto europeo. La concepción de democracia, desde siempre, ha remitido a la voluntad y al poder del pueblo, hechos que las instituciones deberían estar abocadas a realizar. La Constitución italiana de 1948 incorpora este concepto. Las instituciones son, por tanto, una expresión del pueblo y de su voluntad, y su legitimidad nace de su capacidad de ejercer estas funciones mediante el poder de revocabilidad de los funcionarios electos, que las elecciones y otras expresiones del consenso permiten. Tenemos así, un sistema político que impide la consolidación de los grupos de poder y de las posiciones privilegiadas de gobierno opuestas a la voluntad del pueblo y el bien común. De ahí el “malestar” de los grupos y personas que perciben el poder político como la continuación de su proprio poder económico y personal y al gobierno de la sociedad como un ejercicio muy complicado e importante para dejarlo en manos del “pueblo”. En esta relación funcional entre el pueblo y las instituciones se inserta el juego del derecho, en un intento, a menudo exitoso, de crear un dualismo en la unidad del pueblo. Esto comienza con la introducción de la autonomía en las instituciones políticas, es decir, autonomía de la expresión de la voluntad popular; continua con la posterior independencia, que desde los más altos cargos del Estado se extiende luego a las instituciones (Parlamento), a los representantes individuales, etc., todo esto en una carrera generalizada por expropiar la soberanía popular. La base teórica de esta operación de expropiación de la soberanía popular en el Estado moderno es el descubrimiento de la persona, su independencia de la unidad del todo al que pertenece, su derecho a rasgar el contrato social que lo une a la comunidad, su indiferencia a la voluntad de los ciudadanos que lo han elegido o nombrado para desempeñar ciertas funciones. En consecuencia, estamos en presencia de lo que Pietro Barcellona define como el surgimiento de la “subjetividad abstracta”, “la sociedad de los individuos”, es decir, un individuo libre de las limitaciones de la estratificación social pero que “entrega, sin embargo, su libertad a la autonomía del sistema económico y a la transformación de las relaciones humanas en relaciones de intercambio entre cosas equivalentes, es decir, a los automatismos de las llamadas leyes económicas y a la objetivación de cada valor en la forma de valor de cambio” (1). Se establece así un orden “moderno”, que gira en torno a dos polos “lógicamente” incompatibles: “el principio de la libertad individual que asume el ejercicio del derecho subjetivo como fuente del ordenamiento y el principio del autogobierno social, que instituye a la soberanía popular y la democracia como el único depositario del poder normativo” (2). En las décadas de afirmación y de imposición de la globalización (1970-2000), el dominio del primer principio ha parecido irreversible, dando lugar a numerosas teorías (alienación, homologación, sociedad líquida, etc.). Diluido de esta manera el pueblo en las corrientes de la “historia”, siendo esta última decidida y descrita por otros, se trató de reemplazarlo en la teoría de las élites, por intelectuales, hoy expertos y políticos que se encargan de elaborar y gobernar el destino de la sociedad. En consecuencia, al malestar de la democracia se ha respondido interviniendo sobre los dos sujetos capaces de expresar la voluntad popular: el pueblo y la élite. La Europa de los años setenta en adelante, se ha convertido en un importante laboratorio de experimentación de este nuevo mecanismo de control social y de los fines de la democracia, introducido por la globalización y gobernado por la Unión Europea. Al respecto, varias han sido las líneas de acción. En primer lugar, manipulando los procesos de formación del consenso popular a través de la vulgarización de su cultura de base, esto, realizado por medio de las formas modernas de retórica y populismo implementados en los medios de comunicación y, en particular, en la televisión. Se ha producido así, la manipulación de las necesidades, dando vida a una sociedad que, en palabras de Federico Caffè, es abundante en lo superfluo, pero carece de las cosas esenciales para la vida de las familias y de las personas. Sin embargo, la represión del vínculo social nunca ha producido su extinción, aunque si lo ha constreñido a las catacumbas de la familia, de lo local, de las asociaciones de solidaridad y religión, etc. En efecto, esto ha sido re-explotado a través de los dispositivos bien controlados y protegidos de los sistemas políticos y de control económico predispuestos cuando las formas de robo han ido más allá de los límites de la supervivencia y la tolerabilidad social. Las elecciones europeas de 2014, las octavas desde 1979, que se celebraron en mayo en los 28 Estados miembros de la UE, han otorgado una visibilidad clara a la formación y al crecimiento de la revuelta social. La “vocación democrática” de la élite de Bruselas fue puesta bajo la lupa frente a las reacciones que estos datos han causado. “Reacciones sin fundamento, consecuencia del extremismo de izquierda y de derecha”, según el presidente de la CE, José Manuel Barroso – personaje acostumbrado a volar alto con sus pensamientos-; o según las palabras más terrenales del Ministro de Relaciones Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, para quien las fuerzas centrífugas puestas en movimiento por la crisis son “peligrosas” y los euroescépticos unos “sin cerebro”. Con el cada vez menor espacio de tiempo entre las encuestas y la fecha de las elecciones, se fue prefigurando un escenario que ha beneficiado a las posturas opositoras a las políticas de Bruselas (pasando del 12% al 16-25%), lo cual ha propagó la preocupación de las clases dirigentes hacia el fortalecimiento de los partidos euroescépticos, aun cuando la prensa estaba comprometida en demostrar la inconsistencia numérica e ideológica de estos datos. El mensaje en la víspera de las elecciones fue votar por los asuntos europeos y por el Parlamento Europeo, sin dejarse involucrar con el malhumor hacia las políticas de los gobiernos nacionales. Es decir, se intentó torpemente descargar sobre los partidos nacionales las culpas de la crisis y de las políticas adoptadas, denunciando a los mismos implícitamente el papel de “empleados”. Mensaje recibido en gran medida porque los partidos euroescépticos y de oposición se han centrado en los asuntos europeos saliendo del ámbito nacional específico, y han abordando los temas centrales del poder de las finanzas, del centralismo burocrático de Bruselas, de los errores en el proceso de integración que en lugar de fomentar la cooperación en Europa han destruido los cimientos mismos del proyecto. Los resultados de esta confrontación política son conocidos. Casi la mitad de los ciudadanos europeos no participó en las elecciones para demostrar su desacuerdo con Bruselas. Abstención particularmente fuerte en los países del este de los cuales se había elogiado el entusiasmo europeísta como demostración de la justeza de las políticas adoptadas por la CE. Votaron en Eslovaquia el 13%, alrededor el 20% en la República Checa y Polonia, y el 30% en Rumania, Bulgaria y Hungría. En los otros países el porcentaje ha fluctuado en promedio alrededor del 50%, pero el dato más importante es que por primera vez los partidos críticos de la élite de Bruselas han alcanzado la posición de liderazgo político en sus respectivos países: Dinamarca, Gran Bretaña, Francia, etc. no obstante, en este punto se registra una paradoja. El cuadro europeo surgido de las elecciones es claro. Sólo dos países expresan, aunque con fuertes abstenciones, su plena satisfacción con los planes integristas pan-alemanes europeos: Alemania e Italia. En Alemania ganaron los conservadores de Merkel y, en Italia, el lobby de los intereses masónicos y corporativos coaligados en el PD (Partido Democrático). Si el PD hubiera llevado sus votos al ámbito de oposición al proyecto pan-aleman de Europa, se habría creado la oportunidad histórica para poner en discusión sobre bases sólidas el proyecto europeo de paz y cooperación frente a aquel de la competencia y la guerra sostenido por conservadores y liberales. Las élites europeas, bajo el comando de los maestros de las finanzas internacionales administrados sabiamente por Mario Draghi, están calentando los motores que llevarán al desastre del proyecto europeo y de los países del sur de Europa, entre ellos Italia. Nada ha cambiado en el funcionamiento de la Comisión Europea. El BCE está llevando coherentemente sus planes de expropiación de los ahorros de los europeos completando la operación que se inició en 2008 e introduciendo medidas – la Unión bancaria – que ponen en manos de la peor finanza especulativa al sistema bancario europeo. Parte de esto es el desmantelamiento de todas las formas anómalas -cooperativas y sistemas de producción locales- como los Bancos Populares, etc. Las recientes medidas de ampliación de crédito dispuestas por el BCE no sólo no responden a ninguno de los problemas urgentes que plantean las economías del sur de Europa, sino que descaradamente ponen a disposición del sistema financiero una determinada cantidad (20%) para el reciclaje de los valores especulativos y la financiación de las operaciones de las altas finanzas útiles también para salvar a sus bancos de la quiebra, dejando el 80% restante a cargo de los estados nacionales. Obviamente esto no es para todos, desde luego Grecia queda excluida. Al igual que en las crisis mundiales anteriores, la reacción y la propuesta para salir de la misma no ocurre en los países fuertes donde esta era esperada (Francia e Italia), sino en los puntos débiles del sistema (Grecia y España). Las élites políticas y empresariales de Francia e Italia están dispuestas a prostituirse para tener los restos de los dividendos de las guerras y de los robos financieros; lo cual, en ninguno de los casos, salva a las clases afectadas del deslice gradual hacia la pobreza y la miseria, pero, quizás permite mantener el consentimiento de algunos de los sectores públicos y del sindicato de la gran industria. ¿Podría Grecia, en soledad, tratar con la arrogancia y el poder abrumador de las finanzas internacionales y de Alemania? La propuesta del nuevo gobierno griego reproduce una proposición destinada a aliviar -con la solidaridad europea- el peso de la crisis. Una propuesta ciertamente factible y realista que indica también las herramientas de que dispone la UE para resolver la crisis. Sin embargo, como he señalado en el momento de su presentación en el seminario en la Universidad de Austin en Estados Unidos organizada por James Galbraith, ¿es concebible que la UE y el BCE revisen sus planes de robo en base a consideraciones de sentido común? Un empujón más fuerte quizás podría. Como expusimos en el texto Un Europa possibile: dalla crisi alla cooperazione (Amoroso y Jespersen, Castelvecchi 2012) un frente unido de los países del sur de Europa (Grecia, España, Portugal e Italia) tendría sin dudas una capacidad mayor de presión y negociación para llegar a una “modesta propuesta” capaz, sin embargo, de aliviar la gravedad de la crisis sobre las clases más afectadas y lo peor que está por venir. La democracia se recupera dando voz a el pueblo, con el debido respeto a los que aman seguir debatiendo sobre el “malestar” de la democracia. notas: 1- Barcellona P., Il declino dello Stato, Dedalo Bari 1998, pp. 21-22. 2-Barcellona, Diritto senza società, Dedalo, p. 88. 3-Amoroso. B., Figli di Troika, Castelvecchi, Roma, 2013. |